La Patria no tiene otro padre ni creador que no sean los factores económico-sociales e históricos como culturales que crean la nación bajo el yugo del coloniaje, el feudalismo y la esclavitud española eclesiástica católica

Lo de Juan Pablo Duarte como Padre de la Patria, fundador de la nacionalidad y creador de la República son falacias y mitologías que se derrumban ante el análisis crítico sobre esas falsedades sincréticas o inventadas

 

Hemos formulado, de manera tan categórica como lo puede ser una concepción general histórico-social, el por qué no es válido ni exacto, sino falso y por demás parcializadamente interesado a favor de los círculos, estamentos, instituciones y clases retardatarias y usufructuarias de la opresión colonial y neocolonial, como de la explotación, expoliación y saqueo que en el orden económico-social padecen nuestros pueblos y naciones y de sus secuelas de ignorancia, superstición y oscurantismo secular, el peregrino e inconsistente y mucho peor todavía, indemostrable, carácter de Juan Pablo Duarte de patricio, de padre de la patria, padre y creador de la nación y de la nacionalidad, como de fundador y creador del Estado de la República Dominicana y tantas lindezas más, con un fuerte carácter de burda manipulación, y, aún más, de grosera adulteración y tergiversación, con las consiguientes estafas y falsificaciones de un contenido típico, sui generis, de Iglesia Católica-cristianismo, con tal vaho u olor de putrefacción interior, que ni todo el incienso quemado, ritos y sortilegios mágico-religiosos en que son expertos los sacerdotes católicos y sus socías protestantes, resultan, ni medianamente suficientes, para ocultar todo lo putrefacto y siniestro que compone el fondo de esa peregrina afirmación de lo de: Juan Pablo Duarte, padre de todo lo que ya hemos dicho.

Esto es algo que a la gente se le ha querido vender, haciendo uso de lo de repetir mentiras, falsedades y cosas imposibles, una y otra vez, para convertirlas en verdades dogmáticas, a fin de que así puedan evadir la prueba de la crítica, y queden aceptadas como cuestiones valederas, hasta convertirse en cosas divinas y sagradas.

¿Acaso no es así que ha ocurrido con lo del cristo, hijo de la deidad suprema del judaísmo llamada Jehová, que, a su vez, es el resultado de la combinación del dios semita Javeh con el hebreo que es Elí o El, deidad del falo mayor que su cuerpo, supuestamente nacido, aquel Cristo, por divina concepción, muerto en la cruz y resucitado, todo en aras de liberarnos del pecado, y no se reflexione ni se repare en que la humanidad sigue llevando su mismo curso, como antes de esos supuestos fantásticos e irreales hechos y sucesos?

Esta es una pregunta que la formulamos como una piedra angular o básica para uno darse cuenta de que, ciertamente, mientras el hombre siga siendo esclavo de los manejos turbios e inescrupulosos de la Iglesia Católica y el cristianismo, como representantes espirituales de la opresión y la explotación, no logrará pisar en firme hacia el logro de los medios para obtener su felicidad, que no son otros, que los recursos para la satisfacción de sus necesidades materiales económico-sociales y culturales; y tampoco los dominicanos o quisqueyanos lograrán poder conocer la verdad de nuestra historia como pueblo y nación, con sus hechos, vicisitudes, engaños, mediatizaciones, desesperanzas y desilusiones hasta volver a empezar de nuevo en esta eterna brega por encontrar nuestra felicidad, entendida tal como la explicamos en expresiones y ocasiones anteriores a ésta.

La figura y la supuesta conducta del llamado Juan Pablo Duarte, rodeado de un rosario interminable de interrogantes y lagunas incontestables, que lo vuelven igual que si fuese un enigma o una deidad mágico-religiosa de segundo o tercer orden, no es casual; como no lo es, además, el que, cada vez que se oye su mención, a la gente le sobrecoja un sentimiento confuso de aprehensión, dudas y sospechas de que, en torno a tal nombre, Juan Pablo Duarte y Diez, y su supuesto papel, hay demasiadas cosas incongruentes y oscuras, que motivan lo que ya hemos dicho de que sólo pueden ser aceptadas siempre y cuando no se les pase por el tamiz o filtro del discernimiento, la lógica rigurosa y la razón libre de atavismo y superstición.

Cada vez que oímos o nos percatamos que, es desde el fondo de la sanguinolenta y oscura Iglesia Católica-Vaticano que se componen y engendran los cánticos casi fúnebres y de marcado carácter pesimista, parte de esa ciega dogmática que reclama la idolatría hacia el nombrado Juan Pablo Duarte y su indescifrable conducta, como de la misma supuesta Trinitaria, crecen nuestros deseos de escudriñar y alcanzar un criterio libre de mixtificaciones respecto a los acontecimientos y sucesos finales de la ocupación haitiana de la República Dominicana desde el 1822 por Pedro Boyer, el mulato presidente haitiano invasor, heredero del poder despótico y enigmáticamente absolutista de la República de Haití, que creara Dessalines en el 1804, a raíz de la muerte en una ergástula en Francia, del católico Toussaint Louverture, cuya acta de acusación amerita ser conocida y que se juzgue, puesto que resulta en extremo esclarecedora para la comprensión de los antecedentes del movimiento que tuvo un momento estelar, sólo como punto de partida, el 27 de Febrero de 1844.

Se dice que lo de que no hay efectos sin causa es una ley universal. Y ciertamente que los sucesos y acontecimientos históricos y sociales tienen siempre su explicación en la misma naturaleza y carácter de dichos acontecimientos y sucesos. Por ello el imperativo de conocer el pasado para explicarnos el presente, así como el valor de la premisa de que, con el pasado, conjugado con el presente, nos explicamos, obligatoriamente, por lo menos, siempre en términos generales, el curso del futuro. Así, del 1844, sus rasgos de avance y mediatización, logros y percances previsibles y no previsibles, se pueden comprender y analizar, con casi total precisión, si partimos de los hechos y situaciones que los estructuran desde sus mismas raíces.

La Sublevación de Mendoza, cuyos líderes fueron ahorcados en público, descuartizados y sus partes fritas en alquitrán, para luego sus restos ser esparcidos por los caminos y plazas para que los perros realengos se los comieran, y sirviera ello de ejemplo a los que quisieran imitarlos y no escarmentaran, tal y como lo expresara el gobernador español católico Sebastián Kardelian, en su Manifiesto del 20 de junio del 1820, sobre que la población no se dejara seducir por los que proclamaban que se había obtenido la igualdad de todos los dominicanos, puesto que, según reafirmaba éste, la igualdad era entre iguales, y no era posible entre españoles nacidos aquí o en España, de un lado, con los mulatos ni con los negros libertos y, mucho menos, con los esclavos.

Cómo diablos se puede tener adhesión conciente, o sencillamente sana, hacia el nombrado Juan Pablo Duarte, cuando, lejos y contrario a lo postulado por éste, es posible poner en claro, dentro del marasmo de confusión deliberado o creado a propósito por la Iglesia Católica, ese comunicado amenazante del gobernador del día 20 de junio, que fuera respondido por el líder del Partido del Pueblo Dominicano, López de Medrano, apenas cinco días después, esto es, el 25 de junio (todos estos datos aparecen en el Archivo General de Indias, y son recogidos textualmente por el historiador Mejía Ricart -Adolfo-) reivindicando, precisamente, la igualdad de todos los hombres por éstos haber nacido libres (Tesis de Juan Jacobo Rousseau contenida en “El Contrato Social” y en el “Emilio”); la Constitución, como un contrato social entre todos los hombres y seres humanos de la sociedad; reivindica López de Medrano la libertad de prensa y de imprenta, como la de pensamiento, y el derecho de los hombres a ocupar, según su capacidad y no su origen, los cargos públicos del Estado, al tiempo que llama a los electores a votar en las elecciones parroquiales (municipales) contra la nobleza, la Iglesia Católica, los militares y los catalanes residentes aquí, por ser la base del yugo de la monarquía y del despotismo (no se olvide que Duarte era catalán, igual que toda su familia materna y paterna); al mismo tiempo López de Medrano reivindica el valor de los trabajadores artesanales como carpinteros, albañiles, sastres, pintores, talabarteros, zapateros y artistas, etc., en contra de los que, con la Iglesia Católica a la cabeza y las autoridades de la monarquía despótica española, los veían despectivamente y les llamaban “oficios de las clases inferiores”.

Más aún, López de Medrano -según el manifiesto que recoge el Archivo General de Indias- reivindica que esos reconocimientos a esos oficios es lo que ha engrandecido a países como Inglaterra, Francia y Estados Unidos, y reclama una democracia que engrandezca a nuestro pueblo, como lo hizo con Atenas, Esparta, Tebas y la democracia del Imperio Romano para los romanos y otros, para, de paso, hacer suyos los postulados de la revolución de la independencia norteamericana de Thomas Jefferson, Tomás Payne y Benjamín Franklin, para así identificarse con todo el movimiento enciclopedista e iluminista, que era lo más progresivo de la humanidad para ese entonces.

Por igual, ahí están los decretos confiscando los bienes de la Iglesia, clausurando el tribunal criminal de la Inquisición que operaba en la República Dominicana o Quisqueya, cerrando tanto los conventos como los seminarios y las órdenes de torturadores y los mercedarios, o sea, la orden de Merced -de lo que deriva la supuesta Virgen de Las Mercedes, versión criolla de Atenea, diosa guerrera griega-; como el Estado de Sitio de 1821, por las acciones revolucionarias, dando muerte a puñaladas, en medio del caldeado ambiente de entonces, a un tal Ramón Ramírez, decano de los regidores y recalcitrante esclavista español junto a otro igual a él (que causa no poca sorpresa cuando se nota que lo del fantoche gobierno de Leonel Antonio Fernández Reyna obedece a la misma siniestra mano maestra, que no es otra que la maldita Iglesia Católica-Vaticano); como el discurso de la Iglesia Católica, representada por Pedro Valera, Arzobispo de la parte oriental de la isla antes de la invasión y ocupación haitiana con Boyer a la cabeza, que luego fuera nombrado obispo principal de toda la isla y como tal devengara el sueldo que le dispensara el gobierno haitiano hasta su muerte; o bien, el de Manuel Monteverde, reafirmando que la Iglesia Católica era la responsable principal y número uno del abandono y desastre en que se encontraba este país.

Del mismo modo hay que resaltar que, con lo de la llamada Trinitaria del 1838 o del 1844, da a entender la Iglesia Católica que, de por medio, operaba la mano de su divinidad, el Espíritu Santo, ocultando que, por ejemplo, fue la Iglesia Católica quien armó y montó la declaración de independencia de Núñez de Cáceres, que era hijo, bajo el título eufemístico de sobrino de su tío, nada menos que del monseñor cabeza del cuerpo administrativo de la catedral de Santo Domingo, o sea, el dean José Núñez de Cáceres, con lo que se valida la sospecha de que la llamada Declaración de Independencia del 1821 (30 de noviembre en la noche) conocida como la Independencia Efímera, no fue más que un Golpe de Estado montado por la Iglesia Católica que respaldaba a la monarquía esclavista de Fernando VII y buscaba evadir las medidas persecutorias, sobre todo las de las confiscaciones decretadas por el gobierno liberal español a partir del 1820.

Y fue así que se concretizó el llamado de la Iglesia Católica-Papado a Boyer para que interviniera cuanto antes (y así salvarse la Iglesia Católica de lo que se le avecinaba), instigando con la amenaza de que la República de Haití no podría sobrevivir con una República Dominicana, base de los blancos y de otros de raíces hispánicas, por lo menos por el idioma, y, debe hacerse constar que, precisamente, en el documento de la Declaración de Independencia, Núñez de Cáceres se declaró Presidente Provisional o Interino de la República Dominicana (otra prueba de que Duarte, en el 1844, no había creado lo que formalmente se había proclamado en el 1821) y más aún, en la Gaceta Oficial haitiana consta que, para el 1821, se había proclamado la independencia de la República Dominicana.

Existen otros muchos hechos que demuestran por qué caminos extraviados se movían los intereses de Juan Pablo Duarte, que eran los mismos de la nobleza, la Iglesia Católica, los militares de la corona española y de los catalanes, puntales de la dominación colonial española, todos aquéllos, en su depredación del país.

Pero en todos estos acontecimientos, estaba jugando un papel muy significativo la sublevación de lo que se ha denominado el cinturón negro de Santo Domingo, en contra de los haitianos invasores, en complicidad con la Iglesia Católica-cristianismo. Se trató de la Rebelión de Mendoza, que de nuevo resurgía, la de Los Mina, Villa Mella, La Cuaba, Los Alcarrizos, La Venta, Manoguayabo, etc. En esa sublevación, de gran contenido social por estar compuesta por mulatos y negros, se cuenta la participación de Narciso Sánchez -padre del verdadero padre de la fundación como Estado independiente de la República, Francisco del Rosario Sánchez- y su hermana, y tía del prócer, María Trinidad Sánchez, muerta fusilada por Santana y la Iglesia Católica.

¡Oh, qué curioso y cuánta casualidad!, pero, recuérdese que, como hemos dicho, no hay efectos sin causas, y la casualidad, que es una categoría histórica, sólo es tal en tanto y en cuanto se conocen las causas de los fenómenos, causas éstas que hasta entonces eran desconocidas parcial o totalmente.

Queríamos concluir aquí nuestro análisis crítico de lo de las fechas patrias y el mes de la Patria, así como de la exaltación nociva de Juan Pablo Duarte a un nivel injusto e inmerecido, y de cuyo papel bien podrían sentirse orgullosos la Iglesia Católica y los infames que nunca han cerrado filas entre los que creemos y luchamos por una Quisqueya libre y soberana, sin cruz, sin Biblia y sin farsa.

Sin embargo, continuaremos, y espere en breve el epílogo de estos comentarios.

 

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