Entre perros y gatos hasta llegar al 
		mundo despreciable de los miserables y mercenarios pálidos cagatintas
		
		Es cierto que al hampón politiquero Rafael Hipólito Mejía le cabe el 
		indiscutido mérito de haber constituido, dentro de la organización 
		política que sólo es posible identificar con las siglas que suenan 
		perrodé, que abarca a los que están y a los que se fueron para, desde 
		otro lado, hacer lo mismo que siempre han hecho, con lo que se deja 
		abierta y en suspenso la perspectiva de qué y cuál será el gran perro 
		que alcance la posición de ser su dueño o jefe de la jauría en cada 
		coyuntura; la de este Rafael Hipólito Mejía es una singular fracción 
		mayoritaria que es la negación misma de la noble naturaleza canina, pero 
		de esa a la que en cuyo seno se había enganchado, y así como los felinos 
		son los antípodas de los caninos, esa fracción mayoritaria de Rafael 
		Hipólito Mejía se ganó la denominación, dentro del perrodé, de pepegatos, 
		por tener, paradójicamente, como rasgo más sobresaliente de su 
		inveterado comportamiento, un rasgo que se dice consustancial con esos 
		animalitos llamados gatos, la manía de robar una y otra vez la carne 
		ajena y robar y robar, como pacientes obsesivos portadores del mal de la 
		cleptomanía. Pero esto es propio de lo humano y tratado por la sicología, 
		pues los gatos roban sólo cuando sienten hambre y no encuentran ratones 
		que cazar.
		En esa lucha por alcanzar la Jefatura de la jauría perrodé, el hampón 
		Rafael Hipólito Mejía, a la cabeza de su fracción metamorfoseada (como 
		los batracios que respiran por branquias y viven sumergidos en las 
		pestilentes aguas estancadas, pero de ahí se cambian y pasan a ser macos 
		o sapos, que respiran en cambio por pulmones, aunque en su fase de 
		batracios lo hacían por branquias por lo que muchos creen que es un pez, 
		igual que la confusión con los tamboreros, que por vivir entre 
		faranduleros comberos, muchos creen que son músicos), llamada pepegatos, 
		derrotó a la fracción perrodé caudillista y nariz pará de los que “todo 
		le hiede y nada le huele” del farfullero Hatuey Decamps, cuya fracción, 
		parapetada en el anti-reeleccionismo, que luce cada vez más 
		inconsistente y superficial como basamento de la ideología que sea, aún 
		de la más miope y rastrera, persiste en ser sólo y únicamente perrodé 
		con su posibilidad en perspectiva abierta siempre de que, osado can 
		miembro de la jauría, se erige en su caudillo a dentelladas y mordiscos 
		con gruñidos y ladridos, pero guarda con su lacayuna y denigrante 
		función, lo del ejercicio de la fidelidad perruna al amo.
		Rafael Hipólito Mejía, con sus perrodés pepegatos convertidos en 
		gobierno, fue tan neoliberal y tan entreguista como lo fue el chapulín 
		morado en su gestión del 1996-2000; se empeñó en sobrepasarle y fue un 
		fracaso, pues dentro de esos cauces, que de nuevo retoma Leonel 
		Fernández y su Pálido, no hay posibilidad de obtener otra cosa.
		Y el hampón defiende su régimen perrodé pepegato igual a como los 
		pálidos, enriquecidos de la noche a la mañana tras ser gobierno, 
		defendieron lo suyo con uñas y dientes, aún siendo indefendible.
		Pero si para hacer todo esto hay que tener buenos timbales, sin ser 
		parte de ningún agrupamiento musical, más hay que tener para que un 
		plumífero mercenario que tras una larga carrera de venalidad, maridaje y 
		componendas con los centros de las cavernas nacionales y de los círculos 
		más corruptos y corrompidos que, dicho sea de paso, fue un mantenido del 
		ex-ministro de Obras Públicas del hampón Rafael Hipólito Mejía, del 
		llamado Miguel Vargas Maldonado -hijo de la calle del matón de Trujillo 
		y Balaguer, Pedro Rivera-, quiera presentarse como el más angelical 
		informador público, haciendo caso omiso de que no hace otra cosa que 
		desinformar como mercenario, acorde con el amo que le paga.
		Se trata de César Medina, el último periodista que, curiosa y 
		extrañamente, sin que todavía se haya explicado convincentemente, viera 
		con vida a su jefe, G+++++++++++++++++++++oyito García Castro, quien 
		culminó sus cuentas a manos de un “incontrolable” de las filas a que 
		pertenecía como balaguerista, tras retirarse solo y a pie, dejando en su 
		oficina, precisamente, a César Medina, quien luego correría, en un dos 
		por tres, el trecho de 150 a 200 metros, distancia que hay de esa 
		oficina al lugar donde yacía acribillado a balazos Goyito García Castro, 
		ex-diputado y palero trujillista junto a Vincho Castillo, Manolín 
		Jiménez y aquellos otros jóvenes que habían sellado en el 1960 un pacto 
		infernal vendiendo su alma al dictador Trujillo.
		Y de quien un hermano suyo, enfermo terminal, al enterarse de que (César 
		Medina) se había tomado la libertad de responsabilizarse, sin 
		autorización suya, del pago de los gastos médicos y hospitalarios, 
		convocó a sus hijos junto a su lecho de enfermo y lo mismo hizo con 
		César Medina, su hermano, para reafirmarles lo siguiente: “Miren, hijos 
		míos, siempre les he dicho que de éste, que es mi hermano, no quiero que 
		me dé de regalo ni un vaso de agua, pues todo lo que pasa por sus manos 
		está sucio, y si es dinero mucho más. Les quiero pedir delante de él y 
		para eso, y no para otra cosa, lo he hecho llamar, que me prometan que 
		ustedes, hijos míos, le pagarán hasta el último centavo que él -César 
		Medina- disponga en pago de mi enfermedad, y que de ustedes no hacerlo 
		así, creo que nunca tendré paz después de muerto”.
		Es claro que hay quienes tienen timbales y timbales. Es probable que 
		César Medina pretenda ser hoy día muy moralista. Y que en verdad tenga 
		un personal rencor contra los que venden drogas como la cocaína, 
		marihuana, etc., y ya tendrá sus dolorosas razones. Se ha dicho que a 
		quienes este mal, como adicción, les toca de cerca, no pueden dejar de 
		aborrecer a los vehículos de su expansión. Pero eso de actuar como 
		consejero para que los socios de Quirino se sientan alegres por la 
		posibilidad que se abre de quedarse con la parte invertida por éste en 
		negocios comunes, es obra de tener grandes timbales, amén de que puede 
		terminar en tragedia futura.
		¿Es socio Quirino Paulino del amo financiero de César Medina? ¿Comparten 
		inversiones en el área de la construcción y en la propiedad de una 
		multimillonaria edificación?
		Pero lo de organizar grupos de mercenarios y venales desinformadores de 
		la pluma, cagatintas, aunque sólo lo hagan con sus lenguas insidiosas y 
		sus bocas de chismosos, o reclutar bandas de traidores mercenarios 
		políticos de los del perrodé, para seguir en lo mismo, como hace Hatuey 
		Decamps, indica que, ciertamente, hay que tener, igual que el hampón 
		Rafael Hipólito Mejía, buenos y grandes timbales.
      
      
       
		
      Volver a la Página Principal