Las demandas sociales para el pueblo no son populismo, la demagogia gubernamental neoliberal tampoco lo es, esto último se llama prostitución política
 

Hay que tener una objetiva apreciación de lo que es el populismo y la demagogia. Pues si bien es cierto que tomar como guía de un sistema político o de un gobierno cualquier reclamo popular sin reparar en el conjunto de las condiciones económico-sociales y políticas imperantes, sin más para allá ni más para acá, conlleva a que quien lo lleve a cabo termine en el más grande de los atolladeros; sin embargo, eso no puede ser llevado al extremo de que todo reclamo popular sea descartado, simple y llanamente, bajo el alegato de no darle cabida al populismo.

Las demandas populares de educación pública gratuita hasta el bachillerato y que el Estado asuma dicha responsabilidad no son populismo.

La demanda de que el Estado garantice agua potable para los ciudadanos satisfacer sus necesidades de sed, alimentación e higiene, o sea que se le mantenga el carácter de servicio social y que por lo tanto no se privatice el agua ni se le entregue en propiedad privada con fines comerciales a consorcios nativos o extranjeros, eso no es populismo.

La cuestión de la energía, y la eléctrica en particular, que ésta tiene un carácter nacional y de servicio social, eso no es populismo.

Que el gobierno está obligado a ofrecer servicios hospitalarios y médicos, así como quitarle el exclusivo carácter comercial a la producción de medicamentos, eso no es populismo; eso es tener sentido que hay áreas que no pueden negociarse como un pedazo de carne, un carro o un pote de romo.

El neoliberalismo y su globalización no contemplan reparar, o sea, tomar en cuenta que, como hemos dicho, esas áreas deben ser preservadas para que sus funciones, en lo fundamental, mantengan en forma inequívoca su carácter social.

Los neoliberales etiquetan como populismo toda objeción a sus desmedidas ambiciones y a su reconocida voracidad de ganancia. Y quienes bajan la guardia o le hacen el juego a tales engañifas, que son como carnadas, que una vez que se muerden, con ellas trabaja el anzuelo, resulta que las víctimas quedan entonces en manos de los verdugos explotadores de los consorcios imperio-capitalistas y su destino no es otro que la sartén, el aceite caliente y la candela.

Aunque momentáneamente los que se prestan para esas bajas tareas pueden obtener resultados halagadores, a la larga esa práctica conlleva a que, si es en política, tengan que cargar con el repudio popular, y esto, en el más benigno de los casos.

La relación que hay entre populismo y demagogia es que ésta no se puede llevar a cabo si no es partiendo de necesidades populares y sociales reales. El manejo de estas realidades, que son esas inaplazables necesidades populares y sociales, sin tomar en cuenta las posibilidades del entorno y el hacer ofrecimientos que no son realizables sino sólo con fines de engañar, constituye demagogia.

Pero el reconocer que hay necesidades reales de satisfacción impostergable y permanente como educación, servicios hospitalarios, trabajo y asistencia social, energía eléctrica y agua potable y de reguío para el campo, eso no es demagogia ni mucho menos populismo. Quien se confunda en esto con fines malsanos, creyendo que dañará a los otros, terminara dañándose políticamente a él mismo.

 

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