Anarcosindicalistas, en realidad miserables mercenarios vende-obreros y que nunca han dado un golpe, ahora no cesan de implorar que se ponga en práctica su ilusión falsa del seguro familiar

 

La llamada seguridad social, hermanastra de la Ley de Salud, que no es más que un eufemismo para llamar a la privatización de los hospitales públicos y al hecho de decretar la desarticulación de todo servicio estatal público en materia de asistencia médica y de medicamentos a la población, además del eufemismo ese mencionado ya, dicha Ley, para tratar de ocultar su carácter de mecanismo neoliberal que hace de las enfermedades y padecimientos de salud de las gentes un negocio de los bancos y del capital financiero internacional (fuente del imperio-capitalismo moderno) estimuló que los sindicalistas, en realidad miserables mercenarios vende-obreros y que nunca han dado un golpe, como son todos los de ese mundo de carroño, se ilusionaron y difundieran la falsa ilusión de que junto a la privatización de los hospitales públicos y la conversión de las enfermedades en un gran negocio, que es lo que ocurre en el neoliberalismo, a la población desamparada, que son el 90% de las personas en edad de trabajar en este país, se le daría en realidad el llamado seguro familiar, lo cual sólo y únicamente ha existido con validez en países socialistas y Cuba, pero fuera de ahí en ningún lado.

Esos anarcosindicalistas ahora no cesan de implorar que se ponga en práctica su ilusión falsa del seguro familiar.

No acaban de aceptar ni quieren darse cuenta de que en el capitalismo, y en particular en su modelo neoliberal, el que el que no tiene con qué comprar hasta el agua, simple y llanamente se queda con sed o se lo lleva el diablo.

Y fue a éste que esos estúpidos y vendidos sindicalistas llamaron cuando se pusieron a respaldar la privatización de los hospitales públicos promovida por el imperialismo, la reacción y la Iglesia Católica, secundada por los tres corruptos partidos del sistema y sus agentes, así como por toda la falsa izquierda del patio. Ahora se dan cuenta otra vez que no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar.

 

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