Andrés L. Mateo se abandera de la lógica semántica, tan propia de los lingüistas del positivismo reaccionario para procurar impunidad al colaborador de la dictadura de Trujillo Pedro Henríquez Ureña siguiendo el podrido ejemplo del comprobado agente y espía del imperialismo yanqui Juan Bosch

13-10-2009

 

Andrés L. Mateo que es, indudablemente, apologista profesional, y por lo que cobra, de todas las inconsecuencias y acciones ignominiosas que nutren el sustantivo infamia, en un artículo que luego fuera tema de una conferencia suya en torno al intelectual, indudablemente pusilánime y mercenario, Pedro Henríquez Ureña, cuya colaboración con la dictadura sanguinaria de Rafael Leonidas Trujillo Molina, de la Iglesia Católica-Vaticano y del imperialismo yanqui, es un hecho afrentoso y a la vez ilustrativo, como ningún otro, de su espuria naturaleza humana, persiste en su empeño de gratificarlo con la impunidad, que bien tiene como fuente la infame consigna de “borrón y cuenta nueva” del arquetipo de personaje apropiado para parir tal adefesio que ha causado tanto daño a la sociedad y a la nación de nuestro país, adecuado como ningún otro espécimen de su execrable conducta, tal cual es el comprobado espía pagado y remunerado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y del gobierno norteamericano, como aparece en sus nóminas entre sus papeles “Top Secret” hace cosa de 10 años desclasificados, Juan Emilio Bosch Gaviño.

Ahora, el socorrido alegato de la figura propia del mundo dostoievskiano con sus pesadillas que le obsesionan de Andrés L. Mateo, recurre al ejercicio de los sortilegios de la lógica semántica, tan propia de los lingüistas del positivismo reaccionario en cualesquiera de sus facciones, todas de igual jaez, para, supuestamente, esclarecer que el deleznable Pedro Henríquez Ureña no era positivista, sin especificar si su cometido con esto es limpiar a esta corriente del idealismo burgués y reaccionario, o impulsar la falacia de que no es motivo de avergonzarse la colaboración de un intelectual con la dictadura sanguinaria de Rafael Leonidas Trujillo Molina, con la anuencia-guía de la Iglesia Católica-Vaticano, Apostólica, Romana y Cristiana y del imperialismo norteamericano, como no sería tampoco nada haberlo hecho con Pinochet, con Videla y los gorilas argentinos ni con los de Brasil, Paraguay, Uruguay y demás; aventurada conjetura esa de un apologista del mercenarismo, como lo es Andrés L. Mateo, que ni las víctimas (a través de sus deudos, o que lograran supervivir), ni la memoria histórica concreta de sus países y pueblos, ven con simpatías, ni como muy atractivas, sino que rechazan con todas sus fuerzas y demandan castigo y repudio para los verdugos y colaboradores suyos, de manera que la impunidad no fecunde y perdure el nunca más.

Pero lo de que Pedro Henríquez Ureña no era positivista no deja de tener una entrañable significación, una vez que no se sabe si Andrés L. Mateo lo hace para exculpar, además, a esa nociva corriente filosófica burguesa e imperialista, que da cobertura a la lingüística semántica como cuerpo doctrinario y práctico, empleados en contra de la voluntad de lucha y búsqueda intransigente de la emancipación social y alcance de la igualdad económico-social real entre los miembros componentes de la sociedad, como de liberación, soberanía, independencia y autodeterminación nacionales, o bien, para ahondar más su compromiso, el del crápula Andrés L. Mateo, con las fuerzas del pantano de tierras movedizas que preconizan que en esta lucha crucial de países y pueblos por la democracia y el socialismo, como por la soberanía nacional, los intelectuales deben adoptar la vil postura de la indiferencia, por un lado, y de la colaboración con los regímenes de los verdugos y expoliadores de los pueblos y países como han sido, son y serán, tanto los gobiernos del Pálido-Pelegato, verbigracia el actual del disoluto y podrido, corrupto y corruptor, así como sanguinario, indolente, ladrón, cínico y terrorista de Estado, Leonel Antonio Reyna, como los del Perros-de o cualesquiera de los de las sabandijas reformistas, por otro lado, o si, en último caso, lo de que Pedro Henríquez Ureña no era positivista encierra todos los más encanallecidos fines posibles e imaginables.

En un pretendido intelectual de una ostentada supuesta sólida formación, como se vende en su campaña marketing este mercenario mendaz de Andrés L. Mateo, resulta en extremo llamativo el hecho de que no haya presentado un solo argumento ni análisis de ideas o juicios de Pedro Henríquez Ureña que ilustren la ligera afirmación de marras, del mercenario Andrés L. Mateo, limitándose a elucubraciones evasivas como la de que “a partir de 1907, en México, toda su nombradía se acrecienta justamente por lo contrario, y es el antipositivismo lo que caracterizará su práctica y su pensamiento” y lo de que Pedro Henríquez Ureña participara, junto a José Vasconcelos, en el grupo de jóvenes intelectuales que se opusieran a los positivistas de México, que eran el aval teórico y político de la dictadura de Porfirio Díaz, que durara del 1885 al 1910.

Aquí mismo, en este pequeño país, abundan las experiencias de gente que están en cada uno de los corrup-partido del sistema, y no por ello dejan de tener la misma concepción general y particular ideológica y política.

Socialcristianos y neoliberales forman, indistintamente, los estamentos dirigenciales de los perros-de tanto Rafael Hipólito Mejía como de Vargas Maldonado; como los pálidos pelegatos desalmados que se revuelcan en los dineros robados y en la sangre de los asesinados, son socialcristianos y del Opus Dei por igual; y otro tanto encontramos, si adoptamos previas precauciones farmacéuticas para no vomitar, al posar nuestra mirada escudriñadora en los nauseabundos establos de las piaras de las sabandijas reformistas.

Pero además, si la oposición a los positivistas a lo europeo, que configuraban el staff de funcionarios de la dictadura criminal y opresora del porfiriato, fuera el motivo o la causa para que los José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña, entre otros, no fueran tenidos por positivistas, peor parado que aplastado y auto-descalificado queda el apologista y teórico ideológico-intelectual del asqueroso mercenarismo y del colaboracionismo que es Andrés L. Mateo, usando el deplorable y repugnante ejemplo negativo de Pedro Henríquez Ureña como escudo y pretexto de promover esa infame e ignominiosa impostura que, no cabe duda, es el núcleo real de las concepciones burguesas y pequeño burguesas de los renegados revisionistas del patio, tras llenárseles de aguas negras la cueva vil que era su guarida de su militancia como agentes contrarrevolucionarios disfrazados de marxistas sin haberlo sido nunca, que era el partido “capitulacionista” dominicano (p“c”d), precisamente connotado por el espurio mercenarismo que, en forma desvergonzada, sostuvo antes de tener que ser disuelto, tanto por no llegar las remesas de los amos, como por falta hasta de voluntad para seguir fingiendo la condición de marxistas.

Hay que ser totalmente miope para no percibir que ni José Vasconcelos, ni mucho menos Pedro Henríquez Ureña, eran movidos por una percepción ideológica que preconizara una teoría, junto a una práctica político-social, contrapuesta a la de los positivistas a lo europeo, a lo Augusto Comte (recalcitrante reaccionario, como lo enjuiciaran Carlos Marx y Federico Engels), o a lo Herbert Spencer (creador del evolucionismo positivista); no se concibe ni se puede explicar la coparticipación de ambos en respaldar regímenes tan depravados y hasta entreguistas, pero esta vez al imperialismo norteamericano de los Huerta, Carranza y Obregón, puesto que los hechos históricos dan cuenta que, por ironía, y hasta por sarcasmo de la historia, José Vasconcelos se redujo a ser un ideólogo rastrero, canalla y vil al servicio del espionaje norteamericano, o de quien fuere que le pagara.

Basta y sobra fijar los ojos en la labor desplegada por José Vasconcelos junto a Pedro Henríquez Ureña durante el gobierno de Obregón, que designara a Vasconcelos al frente de la Secretaría de Educación recién creada en México, y se verá exactamente la aplicación del programa educacional y obra, para esta área, que preconizara el positivista Eugenio María de Hostos.

Textualmente se relata en su biografía que José Vasconcelos fue, del 1910 al 1911, agente espía confidencial de Madero en Washington, EE.UU., luego agente-espía del contrario a Victoriano Huerta, que era Venustiano Carranza, quien le designara confidente suyo ante Inglaterra y Francia, para torpedear cualquier asistencia financiera a su oponente, de quien se asilara en los EE.UU. reapareciendo más adelante como agente-espía, en los EE.UU., al servicio esta vez de Alvaro Obregón, que fue uno de los que perpetraron el asesinato del patriota y revolucionario mexicano Pancho Villa, en coordinación con los EE.UU., y quien lo premiara designándole titular de la recién creada, en el Estado federal mexicano, Secretaría de Educación Pública, y precisamente, desde ese puesto, llevó a cabo un programa completamente semejante al preconizado por Eugenio María de Hostos para nuestro país y Chile, que la historia resalta en los siguientes términos:

“Desde este puesto impuso la educación popular, trajo a México educadores y artistas destacados, creó numerosas bibliotecas populares y los departamentos de Bellas Artes, Escolar y de Bibliotecas y Archivos; reorganizó la Biblioteca Nacional, dirigió un programa de publicación masiva de autores clásicos, fundó la revista El Maestro, promovió la escuela y las misiones rurales y propició la celebración de la primera Exposición del Libro. Durante su gestión se encargaron murales para decorar distintos edificios públicos a los pintores José Clemente Orozco y Diego Rivera, aunque algunos han afirmado que dichos murales tuvieron que vencer la tenaz resistencia del ministro Vasconcelos, a cuyo entender Orozco hacía ‘horribles caricaturas’.”

Como ya se puede ver, José Vasconcelos dizque era crítico y adversario de los positivistas que respaldaban al porfiriato, y dizque no era positivista, pero actuaba según el patrón de conducta de respaldo a los déspotas, como los positivistas; se hacía agente y espía de gobiernos extranjeros, como hacían los positivistas, con la diferencia de los positivistas que le precedieron que miraban hacia París y Londres, y a él le gustaba Washington, aunque ya había sido agente confidente de Francia e Inglaterra; y para colmo, efectuó el programa educativo de los positivistas; pero él, no lo era, porque, según Andrés L. Mateo, él criticaba a los positivistas.

Como admite el mismo Andrés L. Mateo respecto a Pedro Henríquez Ureña:

“Por ejemplo, en México pronunció durante este período su famosa conferencia sobre José Enrique Rodó (quien fue una hechura de los positivistas, aunque se camuflageara de humanista idealista, lo que no marca distancia respecto al positivismo por cierto, ya que éste en nada es materialista, valga la pena subrayar, Nota Nuestra), que abrió el ciclo del arielismo en el mundo americano. Y, además, pidió a Antonio Caso que estudiara las reflexiones filosóficas de Eugenio María de Hostos, y escribió su ensayo ‘La sociología de Hostos’, publicado en su libro Horas de Estudio que se editó en París en el 1910. Son estos textos los que inician los estudios sobre Hostos”.

Y como reconoce respecto a la formación de Federico Henríquez y Carvajal, su tío, como con respecto a su hermano, Max Henríquez Ureña, junto a su madre y su padre, fervorosos positivistas, y del mismo Pedro Henríquez Ureña, Andrés L. Mateo dice, preguntándose:

“¿Cómo explicar el hecho de que se convirtiera en México en un héroe antipositivista, cuando su formación inicial, la de su padre y la de su madre, respondían al positivismo transformador que había inundado todo el siglo XIX americano?

“Primero es necesario establecer que la influencia del positivismo hostosiano le viene a través de la madre.

“En sus ‘Memorias, Diario, notas de viaje’, el propio Henríquez Ureña se lamenta: ‘Deploro no haber sido más asiduo a aquellas lecciones y no haber sentido más de cerca la influencia de aquel espíritu genial (Eugenio María de Hostos)’.”

Aquí encuentra un escenario propicio para ser elucidado lo de dónde provienen históricamente las ideas de los llamados pensadores y humanistas burgueses y cabe apuntar acerca de las ideas preconizadas por un intelectual y hasta por un erudito, no importa la esfera de actividad del pensamiento y la abstracción de que aplique; hay que ser un imbécil redomado o un cretino impenitente, como apunta a ser, efectivamente, esta criatura del submundo de los disociados de Dostoievsky, lo que no puede ocultar y hasta lo confiesa lanzando gritos estridentes en los que se identifica, el carabelita mercenario Andrés L. Mateo, en forma impúdica, por ejemplo, cuando confesara que su predilección está con un tal vil sujeto como lo es Jean Paul Sartre y su aborrecible existencialismo, expresión ideológica de todas las podredumbres de las cloacas más inmundas del capital imperialista y sus decadentistas y derrotistas presunciones anti-filosóficas. Y como renegado revisionista y mercenario abyecto de esta ralea, Andrés L. Mateo trata de salir de su bancarrota ideológica de secuaz del imperialismo y el oscurantismo religioso católico vaticanista proclamando: “el viejo Marx que ya nadie lee”.

Como todos los positivistas hostosianos del patio, su consistencia y fidelidad a sus convicciones son tan endebles e inestables que sus acciones se caracterizan por esa falta de integridad y de dignidad que, por ejemplo, pusiera de manifiesto Américo Lugo, en su discurso ante la primera promoción de maestras y maestros hostosianos, en el que se empeñó denodadamente en convencer a los que le escuchaban de que Eugenio María de Hostos era un devoto creyente en la superchería religiosa del cristianismo, incluso en las supuestas deidades de dios, Jesucristo y demás primitivas supersticiones y atavismos primitivos, así como queda patéticamente comprobado en el caso del agente de la CIA y del imperialismo Juan Emilio Bosch Gaviño, que concurre al país sólo para subrayar su cretina y tan absurda como estrafalaria falaz creencia en las divinidades que deciden y ordenan, en contra de toda lógica y la experiencia histórica acumulada, el destino de los hombres, y su vergonzoso “¡Hasta mañana, si dios quiere, dominicanos!”, quien concluyó sus asquerosos días entregado en cuerpo y alma a las supercherías católicas, y pidiendo un cura para que le suministrara el rito hechicero de la extremaunción.

Pedro Henríquez Ureña es un “Ariel, el genio del aire sin ataduras con la vida” al que Próspero, el déspota autoritario que no tolera más voluntad que la suya, le es perentoriamente necesario, dada su falta de voluntad y decisión que le caracteriza, y quien se desborda deshaciéndose en obsequiosidades abyectas cortesanas y viles ante el amo, quien le llama habitualmente “mi bravo espíritu, mi gentil Ariel”. A lo que éste, con genuflexión servil, corresponde con lo de “¡Salve por siempre, gran dueño! ¡Salve, gran señor! Vengo a ponerme a las órdenes de tu mayor deseo” y cuando, hasta por capricho despótico suyo, Próspero le regaña, obsequiosamente pide perdón a su dueño y le promete cumplir sus funciones de espíritu.

Justamente Aníbal Ponce, que renunciara a seguir las pautas pusilánimes y propias de canallas mercenarios como este rufián de Andrés L. Mateo, se confiesa con el caso de Pedro Henríquez Ureña, pone de realce la ignominia que encarnan los que carecen de voluntad independiente para defender y expresar sus ideas, y estigmatiza a tales sabandijas como Andrés L. Mateo y su defendido, el tránsfuga y colaboracionista de la peor laya, Pedro Henríquez Ureña, cuando, en sus páginas sobre esos infames que se escudan en el humanismo para renunciar a la defensa de sus ideas, no ya principios, porque esto sería exagerar la nota, dice:

“Espectador más que actor, Ariel ha descendido con disgusto hasta la tierra. Actuar es para él un sufrimiento y porque conoce a maravilla las ‘funciones de un espíritu’, piensa que sólo con una traición se las puede mezclar a los asuntos de los hombres. Así también, una tarde en que Lorenzo de Médicis disputaba con Ficino sobre cuál era la felicidad suprema, el príncipe dijo: la voluntad; el humanista dijo: la inteligencia. El humanismo, en verdad, no podía eludir esa mutilación: tanto hablar del ‘hombre’ y del ‘hombre todo’, para venir a parar en que el hombre es la inteligencia. Desde Petrarca que prefería, según contaba, la amistad de los muertos a la amistad de los vivos, hasta Bocaccio tan desdeñoso de la acción que sus propios amigos le llamaban Juan Tranquilidad; y desde Erasmo a quien su discípulo Ulderico de Hutten lo moteja con rencor ‘el hombre para sí’ -homo pro se- hasta Descartes que aspira a moverse entre los hombres como si fueran los árboles de un bosque: todo el humanismo, desde los precursores hasta los epígonos, se siente orgulloso de volver las espaldas a la vida, y de vestir como Ariel la túnica de gasas”.

Es difícil dar por acabado el caudal de enseñanzas que atesoran estos ejercicios de Andrés L. Mateo, encaminados a la creación y configuración de modelos de intelectuales con vistas al fomento del colaboracionismo con administraciones antinacionales y antipopulares de carácter neoliberal, como él mismo lo personifica.

Por ejemplo, su falta completa de moral (lo cual está muy acorde con su condición de mercenario positivista, empecinado en su labor como lingüista de la semántica), queda palmariamente expuesta cuando, de buenas a primeras, lo encontramos apelando a los más crudos argumentos que tantas veces ha satirizado y estigmatizado, con ironía y desprecio, de ser vulgarmente populistas, pero esta vez recurre a ellos a fin de pasar de contrabando su apología respecto al colaboracionismo de Pedro Henríquez Ureña y de los Henríquez con la nefasta y sanguinaria dictadura de Trujillo, del imperialismo y de la Iglesia Católica-Vaticano, como es, por ejemplo, la supuesta ignorancia del erudito Pedro Henríquez Ureña respecto a lo que representaba el ascenso al Poder del criminal y ladrón Rafael Leonidas Trujillo Molina.

O si no, el que informó que desarrollaría en su anunciado libro “¿Por qué vino Pedro Henríquez Ureña a la República Dominicana en el 1931?”, del que avanzó un pretendido argumento, propio de un analfabeto y humilde indigente de esos clásicos elementos pobres de las ciudades y parajes sub-urbanos, y es así el que dice de Pedro Henríquez Ureña, para justificarlo, como su apologista a ultranza:

“Vivía una etapa muy difícil, de miseria, de restricciones de carácter económico, tenía una confrontación con Vasconcelos, que era Ministro de Educación, sufría ataques incluso personales. Era la época que residía en México, de 1920 a 1924, se acababa de casar, su mujer estaba embarazada de su primera hija. En esas condiciones va a Argentina e imparte Español y un poco de Historia de la Lengua en colegios secundarios de la Universidad”.

En esto hay mentiras, verdades a medias, e indudablemente demagogia barata muy propia a un jesuita.

En el positivismo abunda con toda frecuencia eso de las poses e imposturas vergonzantes, como ya hemos puesto de relieve en esos epígonos suyos del escenario vernáculo mencionados anteriormente en este mismo apresurado comentario, y no cabe la menor duda de que esto es lo que se manifiesta en toda la conducta y la mezquindad de Pedro Henríquez Ureña que, ciertamente, igual que Bosch Gaviño, se le escapó como una gallina al déspota que, con todo servilismo y obsequiosidad, como buen positivista cobarde e infame, había venido a tomar como su Próspero, cuando se dio cuenta de que la bestia había llegado hasta su hogar, y reclamaba el entrepiernas de su bella esposa, y por experiencia propia supo, en su misma carne, las vicisitudes que, por culpa de hombres babosas como él, tendrían, como afrenta, que sufrir el pueblo y la nación dominicanos y, como Ariel, prefirió vestir la túnica de gasas de la fría soledad bajo la cobija, como mercenario, de cualquier arrogante mecenas que, por conmiseración y piedad, le permitiera agotar los últimos tiempos de su mísera existencia.

Que fue formado por el positivismo; que creció en medio del hostosianismo; que promovió la difusión, en el mismo México, de las ideas y proyectos positivistas educativos; que cuando el infame socio cobarde y ruin positivista vergonzante de José Vasconcelos, socio de Pedro Henríquez Ureña, que vino al país a cortejar al tirano criminal Trujillo, y, como mercenario, escribió el panfleto “Meditaciones Morales”, que le fuera tan fácil elaborar ya que tan sólo tenía que expresar en cada caso, exactamente la conducta que, a lo largo de su perra existencia, había exhibido, no lo hizo como una repetición de las acciones de los científicos del positivismo mexicano hacia el porfiriato; y así sucesivamente, y en fin, al canalla renegado revisionista y oportunista le resulta más fácil y menos comprometedor apelar al juego de la metafísica idealista, que conjuga con su semántica lógica, que tanto le molestan las cosas mal expresadas que generan controversias y confrontaciones y que crean un ambiente tirante de terrorismo verbal, y expresar “Pedro Henríquez Ureña no fue positivista”, porque supone que se refugiará en que el maestro sería un humanista, un erudito, pero ¿al servicio de qué y de qué clase económico-social? Nada de eso, es que el mercenario reivindica al Ariel refugiado en las nubes y bien lejos del mundo con su terrenal ruido.

Y es que este presumido y adocenado mercenario mendaz se ha llegado a creer que, efectivamente, éste es el submundo donde todavía se amarran los perros con longaniza, a la moneda le llaman morocota y a la casualidad le dicen chepa, en el que todavía todos creemos en la serpiente que habla o en la genial mitología griega de Zeus, sacando de su cabeza a Minerva como un manojo acabado de belleza y sabiduría insuperable.

Se trata de reales colonizados culturales sin identidad propia y huérfanos de una independiente y soberana capacidad de discernimiento, que pretenden que nos guiemos por falacias, como esas que hacen creer que las ideas y compromisos que reciben como herencia de sus antecesores son fruto exclusivo de su estéril creatividad, ocultando que las ideas que exhiben, y que toman como su punto de partida, les llegan por vía de sus predecesores, por lo que apenas, y en el mejor de los casos, sólo logran desarrollar parcialmente pequeños vestigios, si no sombras, de ideas, y esto siempre y cuando tengan vocación de enfrentarse, en una terrible lucha frontal, en contra de las ideas precedentes, por lo que todo intelectual o artista está, cada día que vive, más atado al pasado y a su misma trayectoria, que es para él su propio pasado, por lo que, en último caso, en el mejor de los casos, a lo más alto que llega, es a remodelar ideas del pasado para hacerlas a su modo, sin que puedan ignorar (lo que no niega que en su alter ego individualista así lo hagan), que lo que ellos pueden decir está de antemano condicionado, inexorablemente, por lo que otros ya han dicho antes que ellos al respecto.

 

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