NO SE PUEDE RETROCEDER AL CRITERIO IDEALISTA REACCIONARIO DE QUE LA HISTORIA LA HACEN LAS ELITES O LAS PERSONALIDADES ILUSTRES

Las vicisitudes históricas de la constitución defensa y consolidación de la nación dominicana siempre han encontrado como protagonista estelar a las masas populares dominicanas

28-01-2014

 

En un artículo, el ciudadano Manuel Núñez, que participa en forma destacada en la defensa de la autodeterminación y soberanía de la República Dominicana, ha escrito: "La historia no la hacen las grandes masas, como creíamos en las etapas románticas de las revoluciones, sino que estás grandes mayorías son manipuladas por minorías, pequeños grupos que crean redes, que tienen el poder y la influencia política económica y cultural, para tirar del carro y llevarnos a nuevas riveras. Así nació el Estado dominicano. Los trinitarios, que eran una minoría, lograron orientar al pueblo dominicano y encendieron la chispa que encendió la pradera. Nosotros no encontramos en momento desolador; las minorías haitianas han echado a rodar la idea de que la solución y la recuperación de Haití se halla en República Dominicana; y eso es fundamentalmente falso".

¿Acaso es verdad que la historia no la hacen las masas populares, y que esta idea se ha vuelto obsoleta, por lo que hay que volver a la más vieja y falaz creencia de que la historia la hacen las élites que engatuzan y arrastran a las masas?

Por nuestra parte, rechazamos contundente y categóricamente tal adefesio, acuñado por los idealistas y colonialistas como Arnold Toinbee, y el precursor del fascismo, Wilfredo Paretto, sociólogo reaccionario, socialcristiano italiano.

Para poder apreciar a nivel de la percepción nacional y poder así, a la vez, empezar a entender la relación correcta entre el papel de las masas, que forman el conglomerado humano que se denomina pueblo o población, hay que arrancar, o tener el punto de partida, de la realidad objetiva, que es el campo, terreno o espacio, que es la filosofía científica de la historia y sus leyes, que resume y sintetiza el materialismo histórico, resultante de la aplicación del materialismo dialéctico al complejo económico-social y su dinámica, lo que conlleva el reconocimiento de la existencia objetiva de las clases y sus luchas, reflejo de la interrelación y formas de las clases y sus luchas.

La burguesía y la pequeña burguesía, prisioneras voluntarias e inevitables del idealismo y el subjetivismo, como de la metafísica, invadidas indistintamente por la religión y sus supersticiones oscurantistas, en las que, al fin y al cabo, devienen aquellas concepciones filosóficas generales mencionadas al inicio de este párrafo, quedan entrampadas y capturadas en las redes de la telaraña, que van sacando de su quehacer individualista especulativo, como advertía Bacon en su Organom, que debía descartarse, con tal de poder liberar la ciencia y sus conocimientos del nefasto oscurantismo clerical y medieval. Productos de escolásticos son así, el fenomenalismo y la fenomenología, con su particularismo, y la superficialidad que encierra la percepción unilateral del idealismo subjetivo, que hacen ver el árbol, pero no permiten ver ni mucho menos percatarse, ni siquiera concebir, el bosque en su conjunto, esto es, el conglomerado de conjunto, de la sociedad y sus relaciones internas que encarnan su dinámica, lo que capta y potencializa en leyes y categorías económico-sociales, expresión de la realidad de las fuerzas de la dinámica interna del conglomerado histórico, económico, social y político, que es la sociedad humana.

Hasta el período histórico que culmina con el Manifiesto del Partido Comunista, dentro del proceso de creación de la ciencia de la sociología, en el que todavía el materialismo seguía siendo mecanicista y metafísico, no dialéctico, los ideólogos de la filosofía idealista y metafísica, tanto del medievalismo, incluido el Renacimiento y sus portentos intelectuales y de inteligencia, como del capitalismo y de la burguesía, con los empiristas ingleses a la cabeza, de un lado, y del otro, los enciclopedistas franceses y sus predecesores, como el racionalista René Descartes, que era, no sólo idealista, sino marcadamente religioso, al igual que Pascal; seguían atrapados en el idealismo histórico que, viendo los árboles y no el bosque, con una visión ingenua, unilateral como subjetiva y ridículamente superficial que, si no estuviésemos convencidos de que eso era reflejo ideológico directo de los intereses de clases de la burguesía individualista, de la que, como sus ideólogos, eran sus apóstoles o precursores de dichos intereses, y cuyos continuadores, ya atrapados definitivamente en la metafísica, presentan como eterno e inamovible dicho régimen de explotación y opresión capitalista.

Pero el papel histórico universal imperecedero de Marx y Engels, al elaborar, creando y desarrollando, el materialismo dialéctico e histórico, arrancando siempre de la realidad objetiva concreta, y rechazando la escolástica, implícita, de los sistemas filosóficos de los que, como bien establecieron los de la filosofía e ideología alemanas, fueron los últimos, en cuanto al proceso de la historia de la filosofía, a partir del cual, la filosofía idealista, subjetiva, escolástica y metafísica ha cerrado definitivamente su ciclo de  haber existido y llegado a su máxima expresión, punto o momento. a partir del cual no ha hecho más que repetirse en forma reiterada, en prueba de que ya no tiene nada nuevo que aportar, y la reafirmación de su ocaso definitivo; que es lo que, con gran talento y acierto genial, Louis Althusser pone al descubierto y revela en su prodigioso estudio “Lenin y sus aportes a la filosofía en la época del imperialismo”, en el que Althusser pone de relieve el dedo sobre la llaga que cubre toda la epidermis cancerosa de esa asquerosa intelectualidad francesa, podrida y pervertida en el parasitismo colonial y esclavista de ese nefasto imperialismo francés, y afirma: que la intelectualidad francesa, en particular los que se dicen filósofos, no han sido capaces de superar el trauma de la vergüenza, de que sea Lenin, un abogado campesino, de la atrasada, militar y feudal Rusia, con su régimen autocrático del zarismo, hijo de un maestro del campo, sin los amaneramientos y obsequiosidades ni extravagancia de los franceses y europeos, quien haya hecho el último aporte trascendental en el orden de la filosofía, y que ese personaje sea, nada más y nada menos, que Vladimir Ilich Uliánov, alias Lenin.

El asunto, o la cuestión de la relación, de quiénes representan el papel esencial de la relación entre las masas populares o las personalidades y los hombres ilustrados e individuales, al momento de responder la pregunta que entraña este problema, Lenin, en toda su obra, empezando en el 1894, con su labor de crítica y rechazo al populismo y al terrorismo individual, y colocándose en el corazón y la espina dorsal del materialismo histórico y del dialéctico, barre y demuele, en forma implacable, a quienes insisten equivocadamente, siguiendo la tendencia errada de los demócrata revolucionarios y el populismo de su fase revolucionaria, que persistían en dar prioridad al papel de los individuos y personalidades, en detrimento del papel de las masas populares.

Desde “Quiénes son los ‘amigos del pueblo’ y como luchan contra los socialdemócratas” (entiéndase entonces comunistas) en 1894; “El desarrollo del capitalismo en Rusia”; “¿A qué herencia renunciamos?”; “Por dónde empezar”; “¿Qué hacer?”; “Un paso adelante, dos pasos atrás”; “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, Lenin, teórica, y filosófica o ideológico-políticamente, batió, derroto y enterró a todos los que preconizaban que el papel estelar en la historia correspondía a los grandes hombres individuales, y no a las masas. De paso ajustó cuentas con el gran teórico que fue Plejánov; y no dejó espacio para los terroristas, dando lecciones imperecederas de lo nocivo de esa corriente idealista, subjetiva y metafísica, que preconiza la falaz teoría de los héroes activos y las masas pasivas; la de los superhombres de Nietzsche, que es la base del nazi-fascismo y de vínculos consanguíneos con ese nazi-fascismo, con la raíz cristiana y católica de esa aberración, de carácter criminal de lesa humanidad, cuyo núcleo es el mesías, el héroe.

El materialismo histórico es el que reivindica definitivamente el papel estelar de las masas en todos los procesos histórico-sociales, económicos y políticos; pero especialmente esto se pone de relieve en los momentos estelares de enfrentamientos con las formas y representantes de los intereses de las minorías explotadoras y opresoras, lo que conlleva que, en el plano teórico, todo el que estelariza, sobre las masas, el papel del individuo, en realidad es un apologista del régimen capitalista e imperialista de explotación y opresión de las masas trabajadoras y populares, y de los regímenes oligarquía, en tanto y en cuanto son en los que se potencializan y exaltan los privilegios de las élites.

En tanto, bajo el sistema de explotación y opresión capitalista y sus modalidades, las masas tienen que desplegar inauditos esfuerzos por lograr sobrevivir y mantener a los miembros de su familia, desplegando esfuerzos titánicos; por lo que los miembros de las masas populares y trabajadoras no pueden tener oportunidad de acceso a la educación y a entrar en el conocimiento y dominio con los avances de la ciencia y la cultura.

Mientras que, del seno de los sectores bajos de la clase dominante (o pequeña burguesía), de los explotadores y opresores, como del sector directamente de la intelectualidad, representante directa del régimen de explotación y sus modelos, en su rol de ideólogos de los mismos, hay un despliegue de sus actividades, en las que, incluso, aparecen propuestas de ideas que reconocen la necesidad de efectuar ciertas reformas, o de mantener logros que han obtenido las masas populares en su trajín permanente; pero que, de ninguna manera, los susodichos logros ni conquistas, hacen entrar en peligro de vida la existencia del régimen; y de ahí surgen las falsas apreciaciones de los hombres ilustrados activos y las masas oprimidas e ignorantes, pasivas o indiferentes.

Pero en realidad no es así. Y más bien ocurre de fondo un proceso, que esos personajes llamados ilustrados, intelectuales, pensadores o visionarios de las clases dominantes, y de las que están a su servicio, no perciben ni logran captar, en sus especulaciones y disquisiciones, casi siempre de carácter escolástico, subjetivista y unilateral.

En, y en tanto trabajan y operan, con su implacable presencia, las parcas de la historia, colocadas en el control y manejo de los componentes de fondo de la sociedad, que marcha rumbo a un cambio inevitable, y así, a paso firme; unas veces en forma lenta, otras veces a la velocidad de los rayos de luz; por ejemplo, en esos momentos en que 20 años se resumen y condensan en un día y un momento, las parcas, con su voluntad y sus objetivos, trabajan para que las masas sean las portadoras de sus deseos.

Esto ha sucedido en todos los períodos de la historia en que han habido cambios de todo tipo, grandes, pequeños y medianos, y está sucediendo aquí y en todas partes del mundo.

Por ejemplo, en el proceso histórico de la constitución y formación, al que se ha denominado vicisitudes históricas de la nacionalidad dominicana, las masas populares de los distintos períodos de ese proceso, aparentemente han estado indiferentes o pasivas; pero sucede que, en los momentos críticos, son esas masas populares, las que parecerían dormir el letargo eterno de la indiferencia y el “no me importa”, las que han dado el frente ante el llamado de la historia y sus parcas, esto es, las fuerzas ocultas que subyacen como base y sustento de las contradicciones materiales económico-sociales, políticas, militares e institucionales; que es así, y a través de estas formas y áreas ideológicas de la supraestructura de la sociedad, como expresa el materialismo histórico, la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones reaccionarias de producción, lo cual dice que han madurado, y demandan un cambio, las relaciones económico-sociales de producción y explotación, pero que esas contradicciones se expresan y dan fe de que han emergido, como afirma Marx.

Lo que es el pueblo dominicano, la nacionalidad dominicana, la nación dominicana, su Estado nacional, sus instituciones, que hablan de un país, un Estado libre, soberano e independiente, el producto, no de un día ni de una hazaña, sino el producto histórico de un largo proceso, que, si tomamos el instrumento esencial, que hace de cadena, de la que los dominicanos somos como sus eslabones entrelazados entre sí, para crear nuestra nacionalidad, que precede a la nación, y que es el idioma español, cuya fuerza radica en que permite una comunicación nítida entre todos los que lo emplean como su medio de vinculación entre sí; podríamos establecer el momento inicial, en el nacimiento de la nacionalidad dominicana, en el mismo siglo XVI, que empieza en el 1500, para usar cifras redondas; y a partir de ahí, aparecen los otros elementos de nuestra nacionalidad, no en un día, ni por un acto, sino por un largo y complicado proceso histórico-cultural, económico, militar, jurídico, internacional e interno; que llegó a estar madura, con su territorialidad definida; su naturaleza sociológico-étnica, que crea la llamada identidad o idiosincrasia del dominicano; sus actividades económicas que, dentro de la condición de colonia, generan un núcleo interno de dichas actividades, como es el mercado interno, etc. Y es todo ese complejo proceso lo que conlleva a que, una vez madurado, se sienta y se exprese como una necesidad de que la nación, ya habiendo sido creada, demande y se proponga ejercer su derecho a la autodeterminación, y constituirse en República; como se expresó en forma acabada por primera vez el 1ro. de diciembre del 1821, que, tras el tiempo que abarcan los meses de diciembre y enero, esto es, 62 días, más los 9 días del mes de febrero, en que el invasor haitiano, encabezado por el déspota y dictador haitiano Boyer, invade y aplasta la primera República Dominicana, luego de 71 días de duración, y trajo consigo la instauración de un régimen de esclavitud nacional para la República Dominicana y los dominicanos, patronímico-gentilicio con que éramos conocidos desde el 1622, en documentos oficiales de la entonces colonia española de la isla de Santo Domingo.

Tras el subyugamiento esclavista nacional, de que fuimos objeto los dominicanos durante 22 años, por los despóticos, absolutistas, anexionistsa y expansionistas haitiano, las mismas fuerzas que traicionaron la Primera República del 1821, que fueron encabezadas por el alias Arzobispo Valera de la Iglesia Católica -bajo el imperio despótico-esclavista del alias Papa Pío VII-, quien demandó la invasión de inmediato por el despótico y absolutista haitiano, el católico Boyer, fueron las mismas que, para el 1844, hicieron esfuerzos reaccionarios titánicos, para que no se restaurara la República Dominicana, si no que apenas se llegara a la separación de los esclavistas de la nación dominicana, que eran los haitianos y su Estado tribal de Haití; pretensión que quedó derrotada cuando, el 27 de Febrero del 1844, se lanzó el grito de independencia y de restauración de la República Dominicana; como lo corrobora que, apenas 9 meses y unos días después, el 6 de noviembre del 1844, se proclamara oficialmente la primera Constitución nacional, con lo que se consagró jurídicamente el Estado Dominicano.

Y a partir de lo que, el recalcitrante invasor, con sus impenitentes o sempiternos fines expansionistas, anexionistas y de esclavitud nacional, lanzara sucesivas y continuas expediciones invasoras, las cuales fueron derrotadas unas tras otras, indudablemente que gracias al papel de las masas populares dominicanas.

Se hizo palpable, que las masas poblacionales dominicanas estaban identificadas y habían hecho suya, desde siempre, desde mucho antes del 1844, la necesidad de restablecer la República y la independencia nacional dominicana. Si esto hubiese sido un sueño o ideal de una élite, resultaría como totalmente inexplicable la fuerza de las masas dominicanas en lucha contra el haitiano y sus recalcitrantes fines de esclavización de la nación dominicana. Y todo ello quedó aún más esclarecido cuando, a pesar de las traiciones, inconsecuencias y luchas intestinas dentro de la República Dominicana, la Iglesia Católica y Pedro Santana, este último, que había luchado y obtenido éxitos valiosos para la República Dominicana sobre los invasores haitianos, no obstante que la Iglesia Católica seguía obstinada en volver a convertir a la República Dominicana en colonia de quien sea, ya fuera Francia o España, preferiblemente, pues dicha trasnacional colonialista y esclavista religiosa, mágico-fantástica y oscurantista, es profundamente esclavizante, lo que es concordante y armónico con su condición ancestral de inveterada parásita improductiva. De esa manera, Pedro Santana y sus seguidores, que se habían erigido en una burguesía burocrático militarizada y despótica, colocada contra las masas, procedieron, Pedro Santana y la Iglesia Católica, a restablecer el dominio colonial de España sobre la República Dominicana; y de esa manera se volvió a la condición de la esclavitud nacional, lo que no fue aceptado por los pobladores dominicanos.

Uno de los grandes hechos que reivindica la memorable pieza del Himno Nacional es que la República Dominicana, o Quisqueya, ha sabido quitarse de encima, en repetidas ocasiones, el yugo de la esclavitud extranjera, no sólo social, sino nacional, y que si ha de volver a ser esclava, ¡¡¡ser libre de nuevo sabrá!!!; como en efecto se expresó en la lucha por la Restauración de la República Dominicana, en la que jugó un papel estelar y decisivo el pueblo, sus masas populares dominicanas, que protagonizaron aquella epopeya histórica de la guerra popular, nacional y de masas, derrotando al ejército de ocupación anexionista español, que era una fuerza militar muy calificada; entre cuyos oficiales militares que esclavizaron a la República Dominicana por un corto tiempo, estaban el brigadier Buceta y el generalísimo Máximo Gómez, quien después, aleccionado (hasta donde es posible aleccionar a un lobo colonialista sanguinario), desempeñó un rol de dirigente militar estelar, en contra del ejército colonial español, en Cuba, y contribuyó a la independencia de dicho país en el 1898.

Eran las corrientes transformadoras de la historia las que operaban y convertían a las masas de los pueblos, en las portadoras de los cambios, que esas condiciones de opresión y explotación nacional y social de la época demandaban cambiar; y que nadie, más cruda ni intensamente sufren, que las masas, lo que hacía que éstas se lanzaran a la lucha, y no el prodigio de supuestos hombres ilustrados e iluminados por metas extrañas y no sentidas por las masas. Así es que se lanzan a luchar; por lo que no tiene lógica ni fundamento, a menos que no sea una profunda  deformación ideológica y un espíritu saturado de mezquindad y ofuscado por el oscurantismo idealista y religioso reaccionario, lo que lleva a no apreciar, que la historia de la humanidad la hacen las masas, y de su seno se destacan, para tal fin, los dirigentes que sintonizan con ellas, conforme el ABC del materialismo histórico, que Lenin resume así: Las masas se dividen en clases, éstas son representadas por grupos de personas más o menos estables, que conocen los objetivos a alcanzar y se llaman jefes, dirigentes o líderes, que las guían y luchan junto a las masas para coadyuvar a alcanzar los fines propuestos.

Tal es el ABC del marxismo, dice Lenin, y tal es el fundamento del materialismo histórico.

 

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