Leonel Antonio Fernández Reyna repite, con el soborno evidente que hay envuelto en el préstamo de US$132 millones, lo de las casas que recibiera antes de los 100 días de su primer gobierno
 

Entre los cuentos de la gatica de María Ramos y el del perro huevero, que aunque le quemen el hocico sigue en lo suyo, si no el del maniático tuberculoso que se entretiene escupiendo para arriba por sentir placer cuando sus escupitajos le caen en pleno rostro, se hace en nuestro medio difícil escoger.

Resulta que Milagros Ortiz Bosch, la Vice de Rafael Hipólito Mejía, que nunca ha querido dar la cara por el regalo en la Plaza Acrópolis de un local ahí, en la que su hijo, Juan Basanta, posee un centro discoteca-restaurante de lujo en dicho local, le ha requerido a Leonel Antonio Fernández Reyna que devuelva el soborno recibido por éste, en obras de escultura para Funglode, a cuenta del contrato de los 132 millones de dólares de préstamos para el supuesto equipamiento de la Policía Nacional. ¡Oh, Alí Babá y sus 40 atracadores!

Lo de Leonel Antonio Fernández Reyna es viejo en esta materia. ¿No recuerdan lo de los regalos que le hicieron, desde un círculo de banqueros, de los que precisamente hoy encaran la adocenada justicia, de dos suntuosas residencias por valor de unos 25 millones en el 1996, antes de sus primeros 100 días de gobierno, en el residencial los Altos de Pinatini, como otros muchísimos obsequios-sobornos más y que no han valido nuestros reclamos de que, ya que tanto le gusta imitar, como un monito lacayo, todo lo que se hace en los EE.UU., ¿por qué no prohíbe por decreto o ley que funcionarios de su gobierno o de los gobiernos, empezando por él, puedan recibir regalos del sector privado?

Pero Milagros Ortiz Bosch, ¡Oh, Milagros!, la que recibe de Barceló obsequios por cajas y camiones regularmente, dada su reconocida adicción y dependencia etílica, la que nunca aquello le importó ni había dicho nada al respecto, no sólo por lo de Acrópolis, sino tampoco por los regalos de Ramón Buenaventura Báez Figueroa a Rafael Hipólito Mejía, ni el tractor de los japoneses, por el que Rafael Hipólito Mejía hizo bembitas, lloró, pataleó y hasta intentó jalarse los cabellos, como no miró hacia la colección de los Rolex, parte de la estafa y quiebra bancaria. ¿Es que es miope? ¿O la arterosclerosis y los efectos del alcoholismo y sus otros vicios la están volviendo franca, sincera y honesta?

Sólo podemos decir que ¡el jorobado sólo se endereza cuando muere!

 

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