Rasgos imprescindibles a tomar en cuenta para el perfil de la aberración y portadores del boschismo

Son basuras envueltas en papel de celofán empapado de perfume barato.

No aceptan la realidad objetiva, ni los hechos y sucesos; su subjetivismo se lo impide, además, se trata de verse en el espejo de sus miserias humanas.

Su filosofía es el prostituido pragmatismo amoral e inescrupuloso, del que el idealismo subjetivo, sublimizado por el neo-positivismo lógico, les obliga a creer que sus presunciones engendran realidades, que sus bajas pasiones son virtudes, que sus bastardos apetitos son normas éticas y reglas de la moral.

Rehúsan tener que sujetar las elucubraciones con que encubren sus fechorías y vagabunderías a razonamiento lógico alguno, como a un discernimiento que tenga la realidad material como punto de partida y factor de referencia.

No resisten la crítica que de verdad les cuestiona; sólo aceptan reparos amanerados que no les toquen su podrido fondo ni sacudan los prejuicios que usan como bases falsas de sus embarres, y odian la crítica natural y espontánea que brota de la práctica y de los hechos.

Pero mucho menos gustan del arma de la crítica teórica frente a la que las ideúchas, el ruido de latón y el brillo de oropel del boschismo, quedan exactamente como prendas íntimas baratas con las que pretenden encubrir sus desvergüenzas e impudicias.

Son filisteos, tan ignorantes y carentes de contenido como una tripa vacía.

Pordioseros teóricos con alma de mendigos políticos rastreros.

El boschismo es una fuente permanente de tránsfugas, traidores y travestis, como de ladrones y apologistas a ultranza del crimen, lacayos genuflexos del imperialismo norteamericano y sirvientes abyectos y serviles ante las mentiras y engaños de la Iglesia Católica-Vaticano y de cualquier confesión religiosa, que son equivalentes a distribuidores de estupefacientes y adictos al opio de la humanidad.

Son terroristas, por el hecho de que, dentro de cada boschista, late un maldito nazi-fascista.

Embellecen y pactan con el crimen y gustan del terrorismo y los asesinatos de Estado.

El agente de la CIA y espía contrarrevolucionario pagado y enlistado en la nómina de pago del imperialismo norteamericano, Juan Emilio Bosch Gaviño, sólo entendió la democracia como la santificación de los privilegios de los estamentos parasitarios de las clases dominantes.

Era tan recalcitrantemente anticomunista, que el 30 de marzo del 1963 proclamó ante las guarniciones de las FF.AA. acantonadas en Santiago: "Soldado dominicano, no permitas jamás que aquí, en República Dominicana, se instaure el comunismo. Este es guerra, muerte y sufrimiento" (El Caribe, 1ra. Pág. del 31 de Marzo del 1963).

Y frente al horroroso asesinato llevado a cabo por los hoy aliados de Leonel Antonio Reyna, Ramón Pérez Martínez (alias Macorís) y el sociópata Enrique Pérez y Pérez, de los cinco jóvenes del Club Héctor J. Díaz, declaró: "Yo condeno el asesinato de esos 5 jóvenes, debido a que ellos no eran comunistas".

O sea, que igual que su compinche e igualmente colega como agente de la CIA, Rómulo Betancourt, compartía con éste la consigna de, frente a todo lo que se vincule con los comunistas, reclamos, protestas, actividades culturales, etc., mátenlos primero y averigüen después, que es uno de los elementos base del tristemente célebre Acuerdo de Punto Fijo del 1958 en Venezuela.

Son sepulcros blanqueados que resguardan en su seno sólo podredumbre, materias en descomposición y gusanos.

Tienen en el cinismo la impúdica y depravada túnica con que tratan de encubrir sus desvergüenzas.

Por 10 pesos no hay crimen ante el que se detengan, por 100, son capaces de vender su restrojo de alma por cualquier infamia.

Y si es por 1,000, son capaces de arriesgarse a morir en el cadalso o el patíbulo, junto con toda su familia.

 

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