La muerte de Juan Bosch

 

La muerte de Juan Bosch permite, entre otras muchas cosas, poner sobre el tapete y someter a enjuiciamiento libre y público las actuaciones, puntos de vista, su política y las concepciones de este funesto personaje, representativo de los intereses social reformistas y contrarrevolucionarios de la burguesía liberal en el país.

Como es natural en un país atrasado como el nuestro, además de estar bajo la propiedad y control de las clases explotadoras de las que fue sirviente Juan Bosch, se ha visto que coros enteros de lacayos y de buscavida se lancen a entonar loas y cantos a la memoria del desdichado difunto. Los hay, entre ese desentonado coro, quienes lo hacen por pura ignorancia y atraso, sobre todo por esa maldita e hipócrita mala costumbre imperante entre los dominicanos de que con la muerte se pretende liberar de culpa al que fallece. Esa es una de las graves lacras del cristianismo, conforme a sus raíces judaicas. Otros lo hacen para estar bien con los poderosos. Pero se destacan entre todos los que ensalzan a Bosch por compartir con éste todas sus fechorías y actos perversos contra los intereses de las masas populares y la revolución.

Todos esos actúan movidos por la perfidia que emana del idealismo histórico, de la metafísica y el reaccionarismo que les es común.

Pero, en cambio, nosotros, desde el Partido Comunista (PACOREDO), hemos asumido ahora, igual que lo hiciéramos en toda su vida en los últimos 35 años, una actitud objetiva, guiada y fundamentada en el materialismo histórico y dialéctico, es decir, una actitud guiada por un punto de vista basado en la ciencia para, partiendo de los hechos, ponderar a Juan Bosch como un personaje que encarnó con todas sus inconsecuencias y perjuicios para las masas trabajadoras y populares, así como para la nación dominicana, los intereses mezquinos de la burguesía social reformista y del imperialismo norteamericano. Y no es la muerte, su muerte, lo que nos va a hacer variar del punto de vista ni mucho menos lo que nos va a llevar a querer complacer a las clases y partidos reaccionarios a los que Juan Bosch sirvió todo el tiempo en cuerpo y alma.

Juan Bosch Gaviño puede ser retratado en cuerpo y alma a la perfección con el siguiente trozo escrito por Carlos Marx en el 1848 para referirse a la tragicomedia que encarnaba la burguesía de su propio país antes de las transformaciones capitalistas que allí llegaron en el 1861, efectuada bajo el liderazgo absolutista y despótico de Otto Bismark:

“La burguesía de estos países atrasados se había desarrollado con tanta languidez, tan cobardemente y con tal lentitud, que, en el momento en que se opuso amenazadora al feudalismo y al absolutismo, se encontró con la amenazadora oposición del proletariado y de todas las capas de la población urbana, cuyos intereses e ideas eran afines a los del proletariado. Y se vio hostilizada esa burguesía atrasada no sólo por la clase que estaba detrás, sino por toda la Europa que estaba delante de ella. La burguesía alemana no era, como la burguesía francesa de 1789, la clase que representa a toda la sociedad moderna frente a los representantes de la vieja sociedad, es decir, frente a los representantes de la monarquía, el absolutismo, el reaccionarismo y la nobleza. Esa burguesía había descendido a la categoría de un estamento tan opuesto a la corona como al pueblo, pretendiendo enfrentarse con ambos e indecisa frente a cada uno de sus adversarios por separado, pues siempre los había visto delante o detrás de sí misma; esa burguesía, inclinada desde el primer instante a traicionar al pueblo y a pactar un compromiso con los representantes coronados de la vieja sociedad, pues ella misma pertenecía ya a la vieja sociedad; no representaba los intereses de una nueva sociedad, sino unos intereses renovados dentro de una sociedad caduca; colocada en el timón de la revolución, no porque la siguiese el pueblo, sino porque el pueblo la empujaba ante sí; situada a la cabeza, no porque representase la iniciativa de una nueva época social, sino porque expresaba el rencor de una vieja época social; era un estrato del viejo Estado que no había podido aflorar por sus propias fuerzas, sino que había sido arrojado a la superficie del nuevo Estado por la fuerza de un terremoto; sin fe en sí misma, y sin fe en el pueblo, gruñendo contra los de arriba y temblando ante los de abajo, egoísta frente a ambos y consciente de su egoísmo, revolucionaria frente a los conservadores y conservadora frente a los revolucionarios, recelosa de sus propios lemas, frases en lugar de ideas, empavorecida ante la tempestad mundial y explotándola en provecho propio, sin energía en ningún sentido y plagiando en todo, vulgar por carecer de originalidad y original en su vulgaridad, regateando con sus propios deseos, sin iniciativa, sin una vocación histórica mundial, un viejo maldito que está condenado a dirigir y a desviar en su propio interés senil los primeros impulsos juveniles de un pueblo robusto; un viejo sin ojos, sin orejas, sin dientes, una ruina completa de pies a cabeza: tal era Juan Bosch desde el primer momento en que pisó República Dominicana a partir de haber muerto el tirano Rafael Leonidas Trujillo. Desde entonces pactó con la reacción, con el balaguerismo y el imperialismo norteamericano.