Lo que ha quedado del fracaso solución neoliberal

Incredulidad y desconfianza frente a todas las instancias gubernamentales

 

Nadie confía en el Fiscal del Distrito Nacional ni en casi ninguno de los Procuradores Fiscales del país. Excepcionalmente existen unos que otros de una irrevocable vocación justiciera, pero éstas son honrosas excepciones que vienen a confirmar la regla. Y a éstos los conocen sus conciudadanos. Pero entre esos probos y honorables no se encuentra Máximo Aristy Caraballo, fiscal del Distrito Nacional, ni la inmensa mayoría de sus ayudantes fiscales, que forman pandillas dedicadas a la persecución ideológica y política desde los cargos del Ministerio Público.

Nadie confía en el Procurador General de la República, Virgilio Bello Rosa. Nadie ni ningún pueblo confía ni debe confiar en traidores ni en renegados. Y Virgilio Bello Rosa es tanto lo uno como lo otro. Se decía dizque revolucionario y hasta dizque "marxista-emepedeísta", morenista, amincista, fafista y seguidor de cuantos aventureros iletrados crearan corrientes oportunistas y aventureras. Y ahora es un vulgar mayordomo que desde el elevado cargo de Procurador General de la República se dedica a justificar y a dar cobertura jurídico-legal al entreguismo y al despojo más abyecto así como al lacayismo del gobierno de Rafael Hipólito Mejía y sus funcionarios ante los monopolios extranjeros y los abusos de éstos contra el pueblo y el país.

Nadie puede confiar en un Virgilio Bello Rosa, que vive de rodillas, con la frente postrada en el suelo, genuflexo y vergonzante ante la acción de los círculos gobernantes y sus depredaciones contra el pueblo y el país.

Mucho menos se puede confiar en el bocón Félix Jiménez, que hace de payaso en la farsa de la persecución a la corrupción que más bien la encubre y le brinda coartadas.

Nadie confía en la Policía Nacional ni en su Jefatura. Marte Martínez, el general policial, decía mientras no era Jefe de la Policía Nacional que no compartía la línea de conducta de Candelier, se decía civilista, y condenaba a Candelier, quien elevó a niveles nunca vistos las ilegales y anticonstitucionales ejecuciones policiales en las calles, en las cárceles y hasta dentro de las viviendas de sus víctimas.

Bajo su gestión lleva casi un centenar de ejecutados. Y, por cierto, el Procurador General de la República, que ya hemos mencionado, jamás ha abierto su boca para reclamar un alto a esa criminal práctica contraria al Estado de Derecho.

La forma en que ejecutan a supuestos delincuentes los escuadrones de la muerte compuestos por oficiales y subalternos de la Policía Nacional, en nada difiere ni se diferencia de la forma en que los escuadrones de la muerte operaron durante los 12 años, y que mataron a muchos de los conmilitones o compañeros de correrías de Virgilio Bello Rosa; pero esta forma actual éste la comparte y además, como cómplice, la calla; la pregunta al lector de ¡Despertar! es la siguiente: ¿entiende por qué hablamos de traidores, de oportunistas y renegados, de traficantes con la lucha del pueblo para su exclusivo y propio beneficio personal a los que el pueblo no puede creer ni en los que, por traidores y renegados, puede confiar?

El pueblo no confía ni cree en la Suprema Corte de Justicia, en los jueces ni en sus tribunales, por estar a favor y al servicio de los que han impuesto en el país el imperio de la impunidad, y por actuar como instrumentos ciegos de esos mismos espurios intereses.

El pueblo no cree en las FF.AA., tanto por todas las razones arriba mencionadas, como por el hecho de que, mientras el jueves 5 del presente mes de diciembre su Secretario, el Teniente General Soto Jiménez, hablaba de que dichas FF.AA. habían cambiado y pedía que se les librara del justo estigma y expresiones despectivas con que se les califica desde tiempos inmemoriales, ya el lunes 9 de este mismo mes estaban esas mismas FF.AA. cometiendo desafueros contra los derechos democráticos y las libertades públicas, por ejemplo, en Dajabón, donde unidades del Ejército Nacional se llevaban presos a un ex Gobernador peledeísta, a un periodista local y a otro dirigente político, reaccionarios incluso, por ejercer sus derechos constitucionales de la libertad de creencias y libertad de expresión y atreverse a criticar al desacreditado gobierno de Rafael Hipólito Mejía.

Pero la ciudadanía tampoco cree en el Presidente Rafael Hipólito Mejía, mucho menos en su gestión gubernativa ni en el PRD, en el PLD ni en el PRSC, que han traicionado repetidamente al pueblo cada vez que ha confiado en ellos.

Rafael Hipólito Mejía ha roto el lacayómetro, y su entreguismo a los monopolios extranjeros, así como ante los representantes del capital usurero bancario, ha llegado al punto máximo de la genuflexión a los pies y ante los intereses de los verdugos del país y del pueblo.

Ha propiciado un régimen corrupto y criminal con cerca de 1,000 asesinados a manos de la Policía Nacional en el desempeño de su gestión bajo la modalidad de los irónicos intercambios de disparos, con los correspondientes tiros en la nuca de los caídos y en la conformación de una nueva variedad de la vieja ley de fuga, que también aplicó el tirano alimaña y su carnicero general Enrique Pérez y Pérez, como aconteció en el asesinato del militante de nuestro Partido, Oliver Méndez, mientras fuera encerrado en La Victoria en el 1971 por Ramón Pérez Martínez (Macorís).

En el gobierno de Rafael Hipólito Mejía-PRD el pueblo ve un monumento de la corrupción y guarida de todo tipo de rufianes y delincuentes políticos.

Pero el pueblo ni el país confían tampoco en el Congreso, ni en la Cámara de Diputados ni en la Cámara de Senadores, por su falta de moral y de idoneidad, así como por su corrupción e incapacidad.

Tampoco el pueblo confía en el cardenal Nicolás Hildelbrando Borgia López Rodríguez ni en su Iglesia, que propicia la fusión con Haití; que propicia y apadrina todas las injusticias y groseras violaciones de la Constitución y las leyes en aras de su beneficio. Lo mismo para con los avivatos pastores evangélicos y sus sectas religiosas anti-nacionales y reaccionarias.

El pueblo no confía, en síntesis, en ninguna instancia estatal ni gubernamental, pero el pueblo a la vez va comprendiendo que está obligado a tener mayor participación y exigencia para que esas instancias cumplan su papel, pues las cosas están llegando al punto de que, o jugamos todos, o se hunde la República. ¡Está bueno ya!

 

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