La historia reafirma función nacional del Estado

 

Cuando ya se veía como un hecho inevitable, una vez que los tres partidos del sistema de explotación y opresión habían sido llevados por sus amos norteamericanos y la Iglesia Católica a acordar la privatización y a poner en manos de los monopolios las empresas estatales que hacían de patrimonio nacional, nos esmeramos en emplear el No. 1 de la revista "El Comunista", año 1989, para reafirmar que el papel del Estado nacional como órgano rector del país y de la sociedad no era posible de ser menospreciado, puesto que ese Estado nacional no era una invención, sino que era el resultado directo del desarrollo de todas las vicisitudes que a lo largo de la historia había tenido que recorrer nuestra población para conformar la dominicanidad.

Insistimos y decíamos entonces, que los que hoy, creyéndose consolidados capitalistas, se aventuraban a la aplicación de una plataforma que omitía el rol insustituible del Estado para el desarrollo y defensa de la nación dominicana se engañaban y muy pronto tendrían que llorar lágrimas de sangre.

Transcurridos cerca de 15 años desde entonces acá, ahora con el papelazo del desgobierno de RHM-PPgatos-PRD se ve claro que teníamos absoluta razón, y que en estos precisos momentos lo más notable es ese vacío nacional a consecuencia de la ausencia de ese Estado Nacional que asuma con responsabilidad la defensa de lo que es nuestro, esto es, lo que es dominicano y de los dominicanos frente a la voracidad insaciable de los monopolios internacionales.

Son cada vez más escandalosos los efectos disolventes que trae consigo la plataforma capitalista neoliberal. No sólo que la Suprema Corte de Justicia y los tribunales actúan a favor de la transgresión de la Constitución dominicana otorgándole ilegalmente la nacionalidad dominicana a haitianos, sino que aquellos empresarios que se autoengañaron, ahora están defecando impúdicamente en sus mismas ropas de pánico ante la abismal crisis que se les abalanza encima.

Así, si algo está patente y palmariamente comprobado, es que el neliberalismo, al buscar la disolución irremisible del Estado, persigue como fin la disolución de la capacidad de defensa y por ahí de supervivencia de toda la nación dominicana y de la dominicanidad.

No cabe duda de que Rafael Hipólito Mejía no califica ni cuadra para ser el jefe de un Estado nacional que encarne los intereses de la nación dominicana. Para eso lo primero que se requiere es tener dignidad y no ser lacayo.

 

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