LA EUCARISTIA RITO PAGANO DE ANTROPOFAGIA

Los Arnaiz, Aizpún y Navarro hartan con su vagabundería magico-religiosa

 

El obispo Arnaiz y su recua de fanáticas y alucinadas como la Josefina Navarro, la Asilis, la Aizpún y demás de las legiones del Opus Dei y las falanges de Francisco Franco-Carrero Blanco y el fascismo de Hitler y Benito Mussolini tienen jarta a la ciudadanía con su vagabundería mágico-religiosa y fantástico-supersticiosa en que se sustenta el negocio ese de la transnacional católica C. x A. o S. A., que es la llamada eucaristía, que no son más que los muy paganos actos de teofagia y antropofagia, incorporados por el idumeo-nabateo (árabe por lo tanto) Saulo Paulo o Pablo de Tarso.

Con lo de la eucaristía, el Vaticano imperio-colonial, entente artificial como Estado y traficante de oscurantismo y supersticiones al por mayor y al detalle, al granel y empaquetada, hace lo mismo que con todos y cada uno de los sacramentos, inventos teológicos, ritos y liturgias de la religión paulina, conforme a sus propósitos de alcanzar la universalidad del Imperio Romano, del que era ciudadano por nacimiento.

Si del embrollo y estado de paranoia generalizada del que Pablo se inventa lo del tal Jesucristo con el que entraba en contacto cada vez que la gota le provocaba violentas convulsiones que volvían cada vez más maltrecho su carcomido cerebro de sífilis en cuarto grado por una desordenada vida sexual caracterizada por la práctica de masivas violaciones a los pueblos avasallados, y alrededor de ese inventado personaje apócrifo se erigen y desarrollan supuestas e imaginarias virtudes divinas, nada tiene de extraño que lo mismo aconteciera con el rito paganístico de la eucaristía incorporado por Saulo al paulismo, y que hoy el Vaticano y el Papado, al que le endilgan el eufemístico divino nombre de la Santa Sede, conmemora y con fanatismo inusitado promueve que se insista en su práctica como una manera de alienar y enloquecer a los atribulados seres humanos.

En el mundo antiguo, la noción de comunión con los dioses ingiriendo parcialmente aquello que les era ofrecido en holocausto ígneo era cosa corriente. En el culto al Dionisos tracio, los participantes desgarraban con sus manos y sus dientes el toro que simbolizaba al dios, y devoraban su carne, a fin de convertirse en bacchi y participar a continuación, después de la muerte, en la inmortalidad divina. En oros lugares podía tratarse de un cabrito, un cordero…; la víctima simbólica variaba según el dios.

Pero esta noción particular, aún cuando las formas antiguas de ese principio ritual hubieren caído en desuso a principios de nuestra era, y aunque se ofrecieran especies de sustitución en lugar de las antiguas víctimas vivientes (antaño humanas, luego animales), esta noción, decimos, había impregnado todo el paganismo árabe, y Saulo no podía escapar a ello.

El mismo la desarrollaría más adelante, y es una prueba de que no era un judío de raza, ya que dicha noción era totalmente extraña al sacerdocio de Israel. Los sacerdotes tomaban para sí y para su familia ciertas partes de las víctimas ofrecidas, porque debían vivir del altar, simplemente, tanto de los donativos directos como de esos trozos extraídos. Pero jamás se sobrentendió que, al consumir el cordero sacrificado durante la gran Pascua anual, las familias judías devoraran a Yavé, el Dios de Israel, ¡el Eterno! Enunciar semejante hipótesis hubiere sido castigado como el peor de los sacrilegios.

Pues bien, Saulo sostiene dicha idea. Y no sólo la sostiene, sino que la enseña, la afirma, la justifica y la pone en práctica: “Os hablo como a hombres inteligentes. Juzgad vosotros mismos lo que os digo. El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso la comunión con la sangre de Cristo? El pan que fraccionamos ¿no es acaso la comunión con el cuerpo de Cristo? […] Mirad a los israelitas según la carne: ¿por ventura los que comen de las víctimas no entran en comunión con el altar?” (Pablo, I Corintios, 10, 15-19).

En este pasaje Saulo nos demuestra que:

a) Cree en un uso de origen absolutamente pagano: la comunión con los dioses mediante la ingestión parcial de las ofrendas;

b) No se considera como un israelita según la carne, se sitúa aparte, con los gentiles a los que se dirige;

c) Lo que enuncia es una monstruosidad: la comunión con el altar, es decir con el Dios de Israel, compartiendo las víctimas entre Dios y los sacerdotes. Y semejante ignorancia, semejante herejía son impensables por parte de un hombre que se vanagloria de haber pasado el tiempo de sus estudios a los pies de Gamaliel, nieto del gran Hillel, y célebre doctor (Hechos de los Apóstoles, 22, 9).

Más aún, desarrolla su teoría eucarística justificándola mediante esas mismas costumbres paganas que recordábamos antes: “¿Qué digo pues? ¿Que la carne sacrificada a los ídolos es algo, o que un ídolo es algo? En modo alguno. Yo digo que lo que sacrifican los gentiles, a los demonios y no a Dios lo sacrifican. Pues bien, yo no quiero que vosotros entréis en comunión con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis participar en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios. ¿O queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?” (Pablo, I Corintios, 10, 19-22).

Ahora, en apoyo de nuestras conclusiones, citaremos dos autoridades de la exégesis liberal: “Las pretendidas palabras de la institución eucarística sólo tienen sentido en la teología de Pablo, que Jesús no había enseñado, y en la economía del “misterio” cristiano, que Jesús no había instituido”. (Cf. Abad Alfred Loisy, L’initiation chrétienne,  P. 208).

“Pero entonces, ¿de dónde procede este rito? ¿De dónde proceden esas palabras? No de Israel. Los judíos no ignoraban la comunión de la mesa, y muchos esperaban con firme esperanza el “festín mesiánico”; se habla de ello en los Sinópticos.  Sus sectas, por ejemplo los esenios y los terapeutas, practicaban ágapes sagrados que se parecían mucho a los ágapes de sacrificio. Pero por doquier se trataba tan sólo de un signo de fraternidad; en ninguna parte se percibe rastro alguno de teofagia”. (Cf. Charles Guignebert, Le Christ, III), como sucede en el paulismo de Saulo.

Todas estas anomalías, todas estas herejías, tanto dogmáticas como rituales, son impensables en un pretendido judío de raza, “hebreo e hijo de hebreo, educado a los pies de Gamaliel”.

Sin embargo, se comprenden perfectamente en un príncipe herodiano, de origen idumeo por vía masculina y nabateo por vía femenina, y que no es, psíquica y hereditariamente hablando, sino un beduino todavía imbuido de paganismo, inconscientemente o no.

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