Ramón Alburquerque, el Macabón del Perrodé, acorde con la naturaleza del contenedor de inmundicias que preside, intenta controlar arbitrariamente la dirección de ese antro

 

La designación de Ramón Alburquerque, en uno de sus muy pintorescos eventos que acostumbran los perrodés a llamar convención, de antemano, esto es, antes de que el mismo sujeto empezara a hacer de las suyas, se sabía que era una decisión bautizada con la insensatez y la falta de prudencia, puesto que todo el mundo sabe que exactamente es como se le ha llamado, por su carácter burdo y atropellante propio de esos individuos arbitrarios y prepotentes, Macabón. Este, Macabón, fue aquel gobernador lilisita de la Provincia de Samaná, que en un arrebato muy peculiar en él, prohibió hasta escupir redondo, a la vez que desterró a Pirindingue Luné, el abuelo de aquel feroz general que cometiera genocidio contra los dominicanos tanto a raíz de la expedición del ’59 como durante la Guerra de Abril del ’65, en la que fue uno de aquellos aviadores que causaron una tremenda carnicería en el seno de la ciudadanía en tanto ésta, colocada en la cabeza del Puente Duarte, reclamaba la vuelta a la democracia y el fin de los gobernantes de facto agrupados en el llamado Triunvirato. En cambio, Pirindingue es también tronco de la Pirindingue Luné que, siendo un espécimen muy singular, César Medina la incorporó a su pajarera.

Ramón Alburquerque, con su sola bizarra figura, es de por sí una figura bizarra.

En su bizarría ya se dice que es dueño del perrodé. Y no oye a nadie. Y ya nombró 300 miembros del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del perrodé, cuando nada más debían ser 150. Claro que los otros 150 extras los sacó de los que tiene en su larga lista de adeptos incondicionales suyos.

 

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